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Un nuevo cuerno le ha salido al demonio español. Se llama VOX. En la última edición de la revista The Economist bajo un titular cargado de valoración se decía: “VOX, un partido anti-inmigración, un partido anti-feminista, gana escaños en Andalucía”. El resto de la información es previsible, conecta a VOX con la extrema derecha, con los fantasmas del pasado, con Francisco Franco y con el período de la dictadura. Y a falta de clichés, la revista acompaña la noticia con una imagen del patio de los Leones de la Alhambra de Granada. Faltaba otra con un porrón o a unos ‘guiris’ disfrutando de una sangría. Los buenos resultados de VOX es lo que necesitaba una parte de la Europa protestante o luterana para aventar los prejuicios sobre la dudosa calidad democrática de los países católicos del Sur de Europa. Y así, los medios de latitudes septentrionales alimentan el discurso de que lo que hay en Italia, Francia, Hungría y ahora España son partidos de extrema derecha, mientras que los partidos xenófobos o anti-inmigración de sus regiones son simplemente populistas.

La ley del silencio de lo que ocurre en el Norte de Europa es implacable y perfecta. El propio The Economist bendijo en septiembre de 2017 un gobierno de centro-derecha con el Partido del Progreso de Noruega tras las últimas elecciones legislativas porque era una buena manera de llevarlo por el camino del pensamiento correcto. Pensamiento correcto o corrección política, “enemiga de la libertad” que decía Vargas Llosa, y que amenaza nuestras democracias, convendría añadir. Los votantes de VOX han sido definidos casi como parte de un pueblo que se ha dejado engañar por las mentiras y promesas demagógicas de sus dirigentes.

El mantra de la anti-inmigración en VOX es el recurso que más se ha reiterado para explicar el aluvión de votos de las elecciones andaluzas y conectarlo con otros movimientos políticos europeos. Sin embargo, hay varias lagunas o zonas de sombra en este razonamiento. En primer lugar porque los fantasmas de xenofobia no son característicos de las regiones con un bajo nivel de vida, sino más bien al contrario, en aquellas zonas que son ricas por naturaleza. Así, el partido de Matteo Salvini, la Liga Norte, no procede de Calabria o Sicilia, sino de las zonas más desarrolladas del país. Por otro lado, la economía andaluza, si bien es una de las más pobres de España, está lejos de la situación que atravesó durante los años de la recesión y tampoco ha registrado unas tasas de inmigración irregular especialmente significativas respecto a años anteriores. Por ello, antes habría que intentar hallar explicaciones del buen resultado de VOX al cansancio de casi 40 años de socialismo en Andalucía y a la indignación despertada por la mala gestión de la crisis catalana.

España ha absorbido por fin el veneno en grandes cantidades de la extrema derecha. Era lo que le faltaba al pensamiento correcto de los países del Norte para tratar de acudir posteriormente en solidaria ayuda de unos países meridionales que no sólo son derrochadores, sino que ahora tienen el fantasma de la anti-democracia revoloteando entre parte de los votantes y dirigente. Buena prueba de ello ha sido el inaceptable comportamiento del presidente de los liberales europeos, Guy Verhofstadt, apremiando a Ciudadanos por sentarse a dialogar con VOX. Verhofstadt es el mismo cuyo partido ha formado gobierno con la Nueva Alianza Flamenca (NV-A), la formación que ha apoyado siempre a Carles Puigdemont y que en las últimas horas se ha significado por su rechazo al pacto mundial por la inmigración de la ONU. Pero todo eso no importa. La culpa de todos los males será para VOX. Tiempo al tiempo.

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