Deeney celebra el penalti que supuso la prórroga en la semifinal de la FA Cup ante el Wolverhampton – FA Cup

El delantero y capitán del Watford, ídolo indiscutible en Vicarage Road, pasó por prisión en 2012 tras una pelea callejera

A eso de las ocho de la tarde de este sábado de tránsito hacia lo vacacional en el fútbol, el estadio de Wembley podría asistir a una escena extraordinaria. Sería la del Príncipe William entregando el trofeo de campeón de la FA Cup a un tipo con hechuras propias de un «bad boy» de la NBA, 30 años y una condena de cárcel por una pelea después de haber tomado unas copas de más a sus espaldas. Hablamos de Troy Deeney, capitán del Watford que esta tarde peleará por arrebatar al Manchester City el sueño del primer triplete doméstico (Premier, Copa de la Liga y FA) de la historia en Inglaterra.

La de villano de la película es la imagen inevitable a la que parece ligado Deeney, un ídolo para la hinchada del Watford, reflotada desde la Championship de la mano de su líder. Corría el año 2015 cuando los hornets ascendieron a la Premier League después de vagar por la segunda categoría del fútbol inglés desde 2007. El controvertido Deeney, gran impulsor de la consecución con 21 goles y 10 asistencias, llevaba sudando por conseguirlo desde 2010, cuando llegó al club que hoy gestiona el empresario Pozzo –propietario también del Udinese y antes del Granada– procedente del modesto Walsall.

Hay que remontarse hasta el mes de junio de 2012 para entender dónde reside el germen del fanatismo que despierta el nueve del Watford entre su bancada. En plenas vacaciones en su Birmingham natal después de otra temporada sin premio en forma de ascenso, Deeney salió a disfrutar de la vida junto a su hermano. Eran días donde el disfrute tomaba el cuerpo de los excesos para el delantero de ascendencia jamaicana. Una cosa llevaría a la otra, que es como suelen suceder este tipo de desgracias, y los hermanos terminaron en medio de una pelea con cuatro estudiantes que se saldó con un parte médico en el que los chavales salieron perjudicados. Una cámara de vídeo retrató a Troy pateando a uno de ellos en la cabeza. Le rompió la mandíbula. Recibió una condena a diez meses de cárcel de los que finalmente no cumplió ni tres por mostrar arrepentimiento.

Para terminar de inflar este globo de la desgracia, su padrastro murió por un cáncer en medio de aquellos días difíciles. Tenía 47 años. Aquel hombre había marcado la infancia del jugador, sin padre después de que el biológico, «un donador de esperma» para Deeney, abandonase a la familia antes de que naciera. Había sido un habitual entre rejas por sus trapicheos con droga y la madre, entre malabares por llegar a fin de mes, se afanaba por explicar a sus cinco vástagos que aquello no eran más que viajes de negocios. A ella pertenece el apellido que hoy corea cada fin de semana la gente de Vicarage Road.

«Ir a la cárcel fue una bendición disfrazada, porque me hizo volver a valorar quién soy como persona. Me abrió nuevos caminos, como visitar al psicólogo o tener que lidiar con los problemas que antes me hacían beber. Solía creer que estaba gestionando mis asuntos, pero lo único que hacía era beber. Aquello se convirtió en una espiral», explicó el jugador esta semana en ESPN.

Aquella experiencia hizo que Deeney se perdiera los seis primeros partidos de la temporada 2012-2013. Fue salir de prisión y echarse al césped para jugar como si el rival le debiese una explicación por lo vivido. Eso sí: con una pulsera de geolocalización en el tobillo. Ese verano remarcó el perfil aguerrido de un delantero fiel al tópico del delantero británico, un dolor de muelas para los centrales, duro de pelar hasta decir basta, repleto de tatuajes y con una complexión que no invita a bailar pegados. Raspa el metro ochenta y alcanza los noventa kilos. Más de una vez ha recibido críticas por no cuidar su peso, y su respuesta siempre ha sido la misma: sudar hasta ahogar esas voces en aplausos. Tantos como le mereció el penalti que convirtió en la histórica semifinal ante el Wolverhampton sirvió al grupo de Javi Gracia para forzar una prórroga que pintaba lejanísima con el 2-0 del minuto 79.

Habría que preguntar a Laporte o Kompany si prefieren tratar de reducir a tipos como Firmino o Kane o si se sienten más cómodos en peleas con menos brillantina y más testosterona, como la que a buen seguro propondrá Deeney. Él no deja lugar a dudas: «Yo no tengo miedo. El fútbol no va a asustarme. Tampoco jugar contra el City. Gracias a todo lo que he pasado».

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