Dani Carvajal – El Bar de Mou

Kéylor Navas se iba: lloró en su despedida (no por los goles concedidos al Betis) de la afición, y los piperos lloraban también; con lágrimas como bolsas de pipas «Facundo», lloraban. Todos los grandes de Europa se peleaban por «El Tico», hacía correr la prensa. «¡Que me traigan a ese hombre, que ha ganado tres Champions!», ordenaban los jeques. Mas ocurrió la boda de Ramos, y qué mejor regalo para el capitán que un amigo en el vestuario. El capitán quería un amigo, y el entrenador, un matasuegras para molestar (las lloriqueras de Kéylor van a ser inaguantables) a Courtois, que no le gusta. Courtois es como el doble de De Gaulle en «Chacal», y Zidane es militante de Macron, ese francés que no puede ser otra cosa y que se ha cargado lo que quedaba de gaullismo. Así que la portería será para Kéylor.

También Carvajal iba a irse. En la Premier se lo rifaban. Para cubrir su ausencia llegaba Militao, que tiene algo de «Hill Street Blues»: un Ricardo Rocha con más dinero. Rocha era un Juanillo Cruz, el canario flauta, cruzado con Chaplin («menos samba e mais trabalhar», era el mensaje de su contestador automático) que encarnó (y pagó) la gafancia de las dos Ligas perdidas en Tenerife. Ante la nueva Jauja, el defensa de Leganés, un señor que debe elegir de una vez entre ser nenaza y llevar barba, se queda. Así que el lateral derecho será para Carvajal.

Se iba Varane, desinflado anímicamente cuando el Balón de Oro que no se dio a Cristiano para no encoger (más) a Messi, le cayó a Modric en vez de a él. Se iba, pues, Varane, pero vino Zidane, habló con Varane, y Varane hizo el sacrificio de quedarse en el Real Madrid, alargando la leyenda de Zidane como gestor de egos. ¡Es que no hay ego que se le resista! Así que el central derecho será para Varane.

Ramos no es que se fuera: es que estaba ya en la China, donde descubrió que él en el Madrid jugaría «incluso gratis» (todavía no ha dicho quién le impide hacerlo), y nada, que se queda en casa y con la pata quebrada. Otro cuento chino a medias con la prensa, como lo de los AC/DC en su boda. Así que el central izquierdo será para Ramos. ¿Y Marcelo? ¿Cuántas veces no estuvo el año pasado Marcelo traspasado a la Juventus? Suplente de Reguilón, en el banquillo se fue inflando hasta ponerse como un globo cautivo, y el piperío se consolaba pensando que «en la Juve los prefieren gordos». El futuro se llamaba Reguilón, así que el lateral izquierdo será para Marcelo (con Mendy para reírle los chistes).

Modric y el Inter, el Inter y Modric. Lukita y su Balón de Oro (que en él parece una pepita) el año en que lo perdió todo. Y se queda. Así que el volante derecho será para Modric.

Modric por la derecha, y por la izquierda, Kroos, que también iba a marcharse con su claro del bosque heideggeriano a otra parte. Modric-Casemiro-Kroos, el «Groundhog Day» que no cesa. Y delante, Lucas Vázquez, Benzemá y Hazard contra Neymar, Suárez y Messi. Es lo que hay. En la pretemporada, cuando Hazard se dé cuenta de que con Zidane sólo corren los nuevos, moverá los hilos para que se fiche a alguien que haga de «nuevo», pero ya será tarde.

«El encanto de la batalla: Una historia de cómo se han ganado y perdido las guerras» es un libro exitoso de Cathal J. Nolan, profesor de historia militar en Boston, sorprendido al llegar a la conclusión de que los generales importan mucho menos de lo que la historia de la guerra dice. Según Nolan, la historia y la teoría militar todavía están cargadas por un sesgo ofensivo.

-¿Por qué esta profunda inclinación hacia la ofensiva sobre la defensa en la historia militar? Por la estética de la guerra: la «lujuria del ojo» y el entusiasmo que acompaña a cualquier batalla. Pero si queremos entender los principales factores que realmente deciden la victoria y la derrota en las guerras, deberíamos estudiar menos los planes espectaculares y la doctrina ofensiva, y más la capacidad de resistencia y aceptación del desgaste.

Nolan sospecha que el problema en nuestra comprensión de la guerra moderna es muy anticuado: la vanidad. La vanidad de las élites civiles (directivos) que hacen una política a corto plazo y la llaman estrategia a largo plazo. La vanidad de los generales (entrenadores) que implementan planes de guerra defectuosos o ineptos sabiendo los medios que tienen. La vanidad de los nacionalistas e historiadores (aficionados y prensa) que tergiversan los hechos de cómo las guerras se ganan y se pierden, con lo cual el viejo patrón se repite.

-Todos estos perdedores de guerras importantes se perdieron porque sobrestimaron su propia destreza operativa.

Un libro, el de Nolan, para la mesilla de noche de todo presidente (salvo el de gobierno, que no sabe leer ni escribir).

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