Ilustración que acompaña la publicación del caso.

El paciente fue tratado como hombre y no se le dio importancia prioritaria a sus síntomas de embarazo. 

En ocasiones, las negligencias no se deben al mal hacer de una persona concreta, sino a todo un sistema. Es lo que plantea el caso publicado en la revista The New England Journal of Medicine, que cuenta la historia de Sam (nombre ficticio), un hombre obeso de 32 años que acudió al servicio de Urgencias de un hospital de Michigan (EEUU) víctima de dolores abdominales importantes. 

Allí, le explicó a la enfermera que le atendió que él era un hombre transgénero. Nacido como mujer, llevaba varios años sin menstruar. Durante mucho tiempo se había tratado con testosterona, así como con fármacos para la hipertensión que padecía, pero la pérdida de su seguro privado le había hecho dejar ambos tratamientos. 

Aún así, algo debía de pasarle por la cabeza, porque esa misma mañana se había hecho un test de embarazo en casa. El resultado fue positivo pero él sospechó que era un falso positivo, aunque se lo comentó a la enfermera encargada de clasificar su caso -lo que se llama triaje hospitalario-. También le dijo algo fuera de lo habitual que le había ocurrido también esa mañana: se había orinado encima. 

La enfermera no fue negligente, ya que actúo tal y como las guías de clasificación recomiendan actuar para un hombre con los síntomas de Sam, quién constaba como varón a todos los efectos. La profesional sanitaria le clasificó como un hombre con dolor abdominal que había dejado de tomar sus fármacos para la hipertensión. Una primera revisión demostró que estaba estable, por lo que se le clasificó como un caso no urgente. Eso sí, al encargar los análisis, la enfermera tuvo en cuenta lo del test de embarazo y se pidió una prueba de la presencia de la hormona gonadotrófica coriónica (HGC o HCG por sus siglas en inglés), indicativa de embarazo. 

Pero la evaluación de Sam se tomó su tiempo porque, al fin y al cabo, el informe de triaje era claro: el caso del hombre no corría prisa. Una médica de Urgencias acudió al lado del paciente al cabo de unas horas; allí, analizó los resultados de los análisis y vio que la prueba de la HGC era positiva. Habló con Sam en busca de una historia clínica más detallada y ya entonces consideró que ese dolor abdominal que presentaba el joven podría ser síntoma de complicación de las primeras etapas de un embarazo, pero su idea cambió al examinarle físicamente, ya que notó que su abdomen hinchado no sólo era un signo de obesidad sino de gravidez. 

En ese momento, el diagnóstico cambió casi por completo y Sam pasó a ser una emergencia. Su estado indicaba una posible ruptura de la membrana, hipertensión en un embarazo avanzado y la posibilidad de que estuviera a punto de dar a luz, con ruptura de placenta. Fue entonces cuando se le hizo una ultrasonografía, una prueba de diagnóstico por imagen que confirmo las sospechas de la especialista, aportando además otro dato: no estaba claro que el corazón del feto estuviera latiendo.

Fue entonces cuando se llamó a los ginecólogos con urgencia, que vieron como el cuello del útero de Sam estaba dilatado entre cuatro y cinco centímetros. Se vio que era necesario llevar a cabo una cesárea y allí se confirmaron los peores temores de sus médicos: el corazón del bebé no latía, por lo que el hombre dio a luz a un bebé fallecido. 

¿Se hubiera podido salvar?

Más allá de la triste historia, los autores del artículo donde se expone el caso -la principal es una ginecóloga queer- se plantean si el tratamiento de las personas transexuales es igual al de los de género binario. Parte de la culpa de este caso podría ser el propio sistema de clasificación que, tal y como describen los autores, «nunca se corresponden a la perfección con el complejo mundo que describen». 

«En la evaluación de Sam, la enfermera encargada del triaje no asumió de forma práctica que él no encajaba claramente en un sistema de clasificación binaria que excluye mutuamente la categoría de masculino y femenino», escriben los médicos dirigidos por Daphna Stroumsa. 

Aunque sus intenciones fueran buenas, y reconociera la posibilidad de un embarazo -lo que demostró al pedir la prueba del HGC- esto no afectó a su clasificación. O, lo que es lo mismo, si Sam hubiera sido una mujer y hubiera llegado con los mismos síntomas al hospital, se hubiera tenido mucho más en cuenta su posible gestación y probablemente se le hubiera derivado a una evaluación ginecológica urgente. 

Está claro que hubo un retraso en la evaluación y que es posible que el triste desenlace se hubiera podido evitar. El cese del latido del corazón estaba producido por un prolapso en el cordón umbilical que, si se hubiera detectado antes, quizás hubiera concluido de otra forma. 

El final fue el más amargo para Sam que, pese a no haber buscado ni deseado el embarazo, sufrió una grave depresión después de dar a luz a su bebé fallecido. Además, solicitó que le colocaran un DIU y aunque retomó su tratamiento hipertensivo, no siguió con la testosterona que tomaba años antes. Prefería tener el periodo y asegurarse así de que no volvía a estar embarazado. 

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