La Unión Europea va camino de la irrelevancia geoestratégica pese a ser la primera o segunda potencia económica mundial. El PIB de Estados Unidos y el viejo continente están cuasiempatados, como si fueran dos coches de Fórmula 1 que se adelantan el uno al otro constantemente. Pinta menos en el mapamundi mundial que mi comunidad de vecinos en el Gobierno de España. A este paso terminará como la ONU, una maravillosa idea que acabó esclerotizada por culpa de la burrocracia (sí, con doble r), la corrupción, el relativismo moral, el buenismo y, ahí está el quid de la cuestión, el miedo escénico con las dictaduras de izquierda.

Con la UE en general y con la España de Pedro Sánchez en particular partimos de un pecado original conceptual. Consideran buenas o no tan malas las tiranías de izquierda, modelo Castro, Ortega o Maduro, y el colmo de la perfidia las de derechas, aunque afortunadamente ya no haya una sola entre los dos extremos de América: el Estrecho de Bering y el Cabo de Hornos. Uno pensaba que todas las satrapías eran malas sin excepción e independientemente de cuál fuera su color político.

La lamentable complicidad de Barack Obama, que concluyó su segundo mandato haciéndose fotos sonriendo con Nicolás Maduro, nada tiene que envidiar a la estupidez patológica de la Unión Europea con la dictadura sudamericana. Parece que la represión del pueblo venezolano es cosa de aquí y de ahora, cuando suman ya dos décadas padeciendo un Gobierno que encarcela o asesina a los conciudadanos que osan llevarle la contraria, roba el patrimonio ajeno, ha convertido la nación con las mayores reservas petrolíferas del planeta en un narcoestado y tiene innegables lazos con la tiranía cubana y el feroz capo ruso Vladimir Putin.

Los insobornables datos deberían haber conducido tanto a los Estados Unidos como a la Unión Europea a romper lazos con el régimen chavista ya en los albores de este siglo, cuando Chávez se paseaba por Caracas al grito de “¡exprópiese!” y se cepillaba el Tribunal Supremo sin miramiento alguno. Lo que no tiene excusa alguna es haber callado, mirado cobardamente hacia otro lado desde finales de 2015, cuando el Ejecutivo de Nicolás Maduro empezó a asesinar masivamente manifestantes, a disparar exponencialmente el número de presos políticos y a matar de hambre a esa inmensa mayoría de los 31 millones de venezolanos que no forma parte de su corrupta jerarquía.

Las elecciones en el régimen chavista siempre están amañadas de antemano con el sistema de subsidiar a las clases más bajas

Las estadísticas dejan con la boca abierta a cualquier ADN con dos dedos de sensibilidad: en los últimos tres años han acabado entre rejas por sus ideas 1.200 personas, más de tres millones han huido a Colombia y Ecuador para no morir de hambre según ACNUR, al menos medio millar han sido asesinadas por la Policía Nacional en las calles y 8.200 han sido ejecutadas extrajudicialmente por esa Gestapo bolivariana que es el temible Sebin o por paramilitares. Las cifras de los últimos 10 días ponen igualmente los pelos de punta: 26 compatriotas han muerto a manos de la Policía del gorila Maduro y 495 han sido arrestados.

Por no hablar del robo sistemático de unas elecciones que de democráticas tienen lo que yo de cura desde el alumbramiento del chavismo hace dos décadas hasta el día de hoy. Los comicios siempre estuvieron amañados de antemano con un sistema que en Andalucía conocen muy bien: el subsidio de las clases más bajas. Parte de los brutales chorros de dólares del petróleo iban a parar a las cuentas offshore de Chávez y sus matones y el resto a comprar el voto de los millones de venezolanos que habitan en ranchos, que es como se denomina por aquellos pagos a las chabolas. Cuando el barril de petróleo estaba en 150 dólares era coser y cantar. Cuando bajó a casi 25 las cosas se complicaron. Daba igual: se sacaban votos rivales de las urnas y se metían los del PSUV, el partido fundado por Hugo Chávez Frías. Así ganaron la contienda electoral presidencial de 2013, en la que hubo que darle a saco al puchero para impedir la victoria de Henrique Capriles frente a Nicolás Maduro. El 50,61%-49,12% oficial lo dice todo.

Manda huevos que aún haya periodistas en este país todavía llamado España, medios y políticos que se nieguen a llamar por su nombre, “dic-ta-du-ra”, al régimen de Nicolás Maduro. Cuando asesinas o encarcelas a los disidentes eres un sátrapa, aquí, allí y en Sebastopol. Verdaderas arcadas me ha provocado escuchar de una semana a esta parte a la cúpula de Podemos y sus corifeos mediáticos hablar de “golpe de Estado” de la oposición liderada por Leopoldo López y Juan Guaidó. Esta gentuza blanquea al narcoasesino Maduro olvidando que los golpes de Estado se perpetran siempre contra gobiernos democráticos, legítimos y legales. Contra uno que no lo es, vale todo, incluido el desalojo por la fuerza. Que, por cierto, no es el caso.

Lo de Podemos es inmoral pero lógico. Pablo Iglesias, Monedero, Errejón y cía han recibido al menos 7 millones de euros del chavismo para convertir España en un clon de la dictadura bolivariana. Lo del abrazaMaduros Zapatero debe tener también una explicación racional. ¿Sus labores de mediación son gratis et amore o están convenientemente retribuidas desde el Palacio de Miraflores?, me pregunto, malévolo de mí. Lo que resulta incomprensible es la parsimonia de La Moncloa y Bruselas tras el reconocimiento de Guaidó como legítimo presidente de la República Venezolana por parte de Estados Unidos, Chile, Argentina, Perú, Colombia y Reino Unido.

La dictadura de Maduro es una Administración en la que el narcotráfico se funde o más bien confunde con la gestión política

Toda esta basura política y mediática patria, o “matria” que diría Teresa Rodríguez, también desdeña otro pequeño gran detalle: se trata de una Administración en la que el narcotráfico se funde o más bien confunde con la gestión política. Hay que recordar que los sobrinos de la primera dama, Cilia Flores, uno de ellos criado por la pareja presidencial al quedar huérfano siendo un niño, fueron detenidos por la DEA estadounidense en Haití cuando urdían la entrada en los Estados Unidos de ¡¡¡800 kilos de cocaína!!! que se dice pronto. Un Tribunal Federal los condenó el año pasado a 19 años de cárcel. Aunque en realidad no eran más que dos machacas del tío Nicolás y del capo di tutti capi del tráfico de drogas en el país: Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea Constituyente que se sacó de la chistera Maduro cuando la oposición le derrotó en las urnas en 2015.

Mil y una razones para que no me avergüence a la hora de aplaudir la celeridad de Donald Trump a la hora de reconocer al legítimo presidente de Venezuela, Juan Guaidó, y criticar de manera vehemente la pusilanimidad y la parsimonia de Pedro Sánchez y esa UE que no sirve ni para tacos de escopeta. Continuar admitiendo a Maduro como interlocutor válido en Venezuela es sencillamente asqueroso. Avanzar que no se procederá contra él por crímenes de lesa humanidad supone una lesa amoralidad. Y otorgar al dictador ocho días para convocar elecciones cuando lo que tendrían que hacer es remitirlo al Tribunal Penal Internacional de La Haya es para mandar a los eurócratas a esparragar.

Al final, el bien terminará imponiéndose al mal y Sánchez quedará retratado, la UE como una pintamonas y Podemos como lo que es, los esbirros españoles de los narcoasesinos bolivarianos. En el mientras tanto, los demócratas de todo el mundo cantaremos a los cuatro vientos el himno nacional de nuestros hermanos venezolanos. Un “Gloria al bravo pueblo” que viene más a cuento que nunca: “Y si el despotismo levanta la voz, seguid el ejemplo que Caracas dio, que el yugo lanzó respetando la ley, la virtud y el honor”. ¡Viva Venezuela libre!

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