Ahora o después, lo engañará. En su patética e insultante comparecencia del sábado sólo quedó clara esta intención de Sánchez: intentar el engaño, una lidia en toda regla, a Guaidó al que debe tomar por un caribeño idiota. Le dijo la sartén al cazo. La prórroga a Maduro no fue otra cosa: al aún presidente propuso un plazo de ocho días por ver si mientras tanto el autócrata convoca elecciones y con un poco de suerte y mucha trampa, las gana. De hecho, esta trapisonda golfa es un reconocimiento al dictador, es otorgarle, porque él dirige el país, la posibilidad de convocar elecciones. Con todos los medios a su alcance, con todos los resortes de un Estado pútrido a su favor. Así, a lo peor, se llevaría el gato al agua. Eso es lo que le gustaría a Sánchez, el aún presidente contra todas las luces de la razón democrática y decente. Su hombre no es Guaidó, es Maduro.

Uno de los líderes de la oposición venezolana en España, William Cárdenas, lo adelantaba así horas antes del paripé sanchista: “Cualquier cosa que no sea el inmediato reconocimiento de Guaidó no nos lo vamos a creer”. Tampoco se ha complacido con ese plazo de ocho días que La Moncloa ofreció gentilmente para martingala de propios y extraños. Otra cosa es que Guaidó se tragara el sapo de su incredulidad y se complaciera tibiamente con la promesa del aún presidente español. ¿Qué va a hacer un líder que necesita aglomerar todas las voluntades internacionales para derribar al sanguinario tirano con el que los socialistas se han sentido extraordinariamente cómodos? Y, ¿qué decir de los socios comunistas, Podemos, de Sánchez que han sido los mamporreros del dictador? O, ¿es que alguien en España aún piensa que nuestro aún presidente va a disgustar más a Pablo Iglesias, su conmilitón, en plena crisis de su partido?  Sánchez, con trapisondas infinitas, se ha ido refugiando en la Unión Europea para no tomar la única decisión digna que puede adoptar una Nación hermana de Venezuela: exigir la renuncia de Maduro. En Europa, sépase, Maduro y su régimen criminal sólo importan a sus cómplices: Rusia y Turquía. A los países de la Unión Venezuela les trae exactamente por una higa.

Un par de muestras: el sábado, el principal periódico alemán: el Frankfurter Allgemeine Zeitung no incluía en su primera página de Internet ni una referencia para este gran asunto; sus desvelos informativos eran para Trump, los negocios de China, naturalmente la Bundesliga, y, ¡fíjense¡ el drama del niño malagueño que recogía así: “España apesadumbrada por Julen”. En el diario francés Le Figaro estaban un poco más atentos a la gran tragedia iberoamericana, y en un cuerpecillo tipográfico –permítaseme la anticuada licencia– escribían: “Venezuela rechaza el ultimátum”. O sea, convocar elecciones cuanto antes. Ya sabe Guaidó en consecuencia cómo se las gastan los divididos estados de la Unión. Por poca información que maneje debe de ser consciente de que la identidad de pareceres en Bruselas es imposible, disparidad que es precisamente la miserable baza que lleva utilizando Sánchez días y días para no empapelar a Maduro, echarle de Venezuela y sentarle en el banquillo del Tribunal de La Haya para que allí se le juzgue, por lo menos, por corrupción y por crímenes de lesa. Humanidad.

Para el Gobierno español el gran informante de lo que pasa en Venezuela es un chisgarabís de tomo y lomo llamado José Luis Rodríguez Zapatero, al que le hemos estado pagando viajes sin fin, primero para darse el morro –¡hay que ver el gusto!– con Maduro y, segundo, para engañar vilmente a la Iglesia Católica que en algún momento aceptó a regañadientes la mediación del que fue presidente de España. Hoy ya únicamente faltan cinco días muy apretados para que venzan los ocho que concesivamente Sánchez ha puesto en bandeja al autócrata del Caribe. Antes en Bruselas se votará un no se qué sobre Venezuela. Atentos a la pantalla. Los españoles ya sabemos mayoritariamente que Sánchez intentará de nuevo proteger a Maduro. Guaidó  no es su hombre; Maduro le es más próximo que este muchacho caribeño que se ha alzado con el liderato de la oposición venezolana.

A todos nosotros sólo nos queda una pírrica esperanza ya prácticamente deshilachada: que el canciller español, Borrell, tome el mando se deje de maniobras en la oscuridad y obligue a su jefe a decapitar para siempre al asesino que todavía duerme en Miraflores. Es una cortísima esperanza que muy probablemente se va a quedar en nada, porque Borrell depende para su ambición de ostentar una Comisaría en el nuevo Gobierno de Europa de Sánchez. O lo hace caso o se queda toda la semana en Madrid con la señora Narbona, que ya es decir también.  Escribo con toda crudeza que Sánchez va a intentar de nuevo enredar al voluntarioso Guaidó. ¿Cómo lo hará? De entrada sostendrá, vía telefónica –convenientemente retratada al efecto por su reportero de confianza el gurucillo Redondo– que en la Unión Europea no encuentra unanimidades, luego seguirá buscando permanentemente, como Bush Jr. en Irak, armas de destrucción masiva. En definitiva, lo que debe saber Guaidó es que si tiene que contar con Sánchez para derrocar democráticamente a Maduro se le va a hacer de noche. En España, cuando aconsejamos a alguien que no se fíe de si interlocutor, nos expresamos así: “¡Que te conocemos, ciruelo!”. Pues eso, Guaidó.

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