El desgobierno de Pedro Sánchez trasciende nuestras fronteras. Los deméritos gestores de los socialistas han conseguido darle oxígeno a una líder tan cuestionada como Theresa May. Desgraciadamente, a su inagotable lista de despropósitos, Sánchez también puede añadir el cometido con el sensible tema de Gibraltar. Con el país completamente dividido y May más cuestionada que nunca, Reino Unido ha tenido que firmar un acuerdo a la baja sobre el Brexit. Una realidad que resulta sumamente decepcionante para una gran mayoría de sus ciudadanos, políticos y medios de comunicación. No obstante, la primera ministra británica ha encontrado en el Peñón una pequeña victoria que vender en su país gracias a la inoperancia del Gobierno socialista.

Sánchez ha dilapidado con su pasividad y falta de credibilidad e influencia internacional la buena posición en la que el Ejecutivo de Mariano Rajoy había dejado a España con respecto al tema de Gibraltar. El anterior Gobierno había conseguido en 2017 un compromiso por parte de la Unión Europea (UE) para respetar un veto español en el caso de que hubiera cualquier acuerdo sobre este tema que se firmase tras el abandono británico de la estructura comunitaria. Este jueves, y tras el acuerdo, ni siquiera lo mencionan. De hecho, May se ha permitido el lujo de advertir a Sánchez de que protegerá la soberanía de Reino Unido sobre Gibraltar.

España tendría que haber conseguido que se reflejara una cosoberanía —o al menos una posición de privilegio para poder influir hasta conseguirla— que asegurara unas óptimas condiciones de trabajo de nuestros compatriotas en la zona así como los propios intereses del país. Lejos de eso, se ha confirmado la intención del PSOE de perder la posición privilegiada que había logrado España con tal de colocar a Nadia Calviño como posible vicepresidenta de la Unión Europea con control sobre el área económica. Intereses particulares en lugar de intereses generales. La antipolítica en estado puro y unos lamentos a posteriori —”Reino Unido ha actuado con nocturnidad y alevosía— que llegan tarde, mal y nunca. Pero, ¿qué se puede esperar de un Gobierno que es capaz de improvisar unas clases de inglés para negociar con la UE? Pues eso: ridículo tras ridículo. También con Gibraltar.

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