La brecha salarial se atisba en los salarios altos: casi el 35% de los hombres ingresan 2.136 euros mensuales frente a menos del 25% de las mujeres. Mientras, en los salarios bajos se invierten los términos: más del 40% de las mujeres tiene un salario inferior a 1.230 euros versus el 20,6% de los hombres. Rematamos el asunto: en 2017, el salario medio de las mujeres fue de 1.668 euros mensuales y el de los hombres de 2.090 euros. Hay aún más perfiles pendientes de desgranar en materia de salarios, pero la primera conclusión es que si no se gana más tenemos un problema de modelo productivo de nuestra economía, que no da la talla o bien, en otro caso, que nuestros trabajadores no están lo suficiente o adecuadamente formados para los menesteres que desempeñan.

Con todo, la pregunta es si hay o no hay trabajo. La respuesta hace que nos planteemos la formación de nuestra genta y su cualificación. Hay muchas personas excluidas del mercado laboral formal, donde juegan varios elementos: la incierta situación del empleo, el trabajo de menos horas de las que se quisieran hacer, la abominable tasa de paro en algunas Comunidades Autónomas que llega a superar el 20% y el serio problema de la desigualdad. El desempleo juvenil en España es de los más elevados de la Unión Europea y evidencia que los jóvenes son el grupo de edad en mayor riesgo de pobreza pese al descenso experimentado en las tasas de pobreza.

Por ello, es imprescindible que se haga más inclusivo nuestro mercado laboral porque la recuperación económica se ha cimentado en base a una mayor flexibilidad salarial y a reformas, creando empleo y mejorando nuestra competitividad. Pero es necesario que para que haya aumentos salariales se eleve la productividad laboral. Y es en este punto donde la dualidad del mercado laboral es perniciosa, al constituir un obstáculo para potenciar la productividad laboral. Es obvio que el objetivo primordial es el de aumentar el atractivo de los contratos indefinidos, pero ésta es una cuestión no solo de normativa laboral sino de certidumbre económica y de confianza empresarial que lamentablemente nuestros Gobiernos con sus fatídicas decisiones no ayudan a fomentar.

Otro tema a considerar es el de la movilidad regional: estamos muy cómodos trabajando en la empresa de debajo de casa y eso resulta pernicioso porque contribuye a esa dolorosa brecha entre tasas de paro que se dan en nuestras comunidades autónomas. Por tanto, habría que habilitar incentivos para el desplazamiento laboral. En el fondo de toda esa problemática de empleo y retribuciones salariales subyace la formación de los españoles y los no muy satisfactorios resultados educativos. Por eso es absolutamente necesario otorgar relevancia a la educación terciaria, tanto universitaria como profesional, y apostar seria y fuertemente, como hacen otros países europeos con tasas de paro muy bajas, por la formación profesional y dual, con mimo especial a la formación permanente tan crucial en cualquier faceta de actividad laboral, a la vez que reducir las tasas de abandono escolar que en algunas comunidades son impías.

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