Antes de nada: no votaré a Vox. Más que nada, porque otras opciones me convencen más y porque soy de los que piensan que hay que agrupar la papeleta en torno al partido que más posibilidades tiene de entre los situados en uno de los dos bloques existentes. Por desgracia, mejor dicho, por obra y gracia de Zapatero, nuestro país ha regresado al inmoral guerracivilismo que nos llevó a la peor de nuestras desgracias. Dos Españas en las que o estás o no eres nadie. A pesar de todos los pesares, de las letales zapateradas, un servidor seguirá militando en esa Tercera España de Marañón, Ortega, Pérez de Ayala y ese Madariaga que dio nombre a este concepto que nos hubiera salvado de mil y una tragedias si lo hubiéramos aplicado en su debido momento. Que entre otras cosas, nos hubiera librado de 250.000 llantos, tantos como españoles cayeron de 1936 a 1939. La mismita España que alumbró Adolfo Suárez y consumó Felipe González en ese maravilloso pacto del 78 que nos ha garantizado el más estable periodo en 500 años de historia.

Con Vox coincido en algunos de sus puntos cardinales. Discrepo en otros. Verbigracia, su alergia al matrimonio homosexual que para un liberal como yo es irrenunciable. Me apasionan sus planteamientos económicos liberales, matizaría algo (no mucho) sus ideas sobre la inmigración ilegal y comparto parte de sus argumentos sobre la ideología de género. Vamos, que a este último respecto opino lo mismo que Abascal pero también que Pablo Casado, Javier Maroto, Albert Rivera, Toni Cantó o la gran Marta Rivera de la Cruz, por poner algunos cantosos ejemplos. Que la Ley Integral contra la Violencia de Género de Zapatero atenta contra ese elemental principio del Derecho Natural que sostiene que “todos somos iguales ante la ley” es una obviedad. Que cuando se promulgó la norma en 2004 morían a manos de sus parejas 70 mujeres al año y ahora son 45 es otra perogrullada. Lo que no son cuentos son cuentas y las estadísticas jamás mienten. Aunque en este caso creo que el triunfo contra esta lacra es más culpa del incremento de los medios técnicos y humanos para proteger a las víctimas del malnacido de turno que del endurecimiento de las penas a los hombres.

Todo lo cual no quita para que comparta prácticamente al 100% la aversión de los verdes a una Ley de Género, la andaluza, que es un auténtico monumento al despropósito con tics fascistoides. Prescribe tratamientos psicológicos a hombres acusados de maltrato sin que medie condena, acusación del fiscal, imputación o siquiera denuncia. Plantea reeducar a todos los padres andaluces. Recoge partidas para que los medios pasen de denominar “víctimas” a las mujeres que sufren el terror machista a catalogarlas como “supervivientes”. Y en el colmo de la imbecilidad impulsa las “chochocharlas” como herramienta de educación sexual. No hace falta ser un carca para concluir que esto es una barrabasada. Basta con tener dos dedos de frente. Como tampoco es preciso ser un ultrasur de la Fundación Franco para inducir que la Ley de Memoria Histórica, la nacional y la andaluza, han de ir a su lugar natural: la basura. Equiparar en las aulas el franquismo con el nazismo es sencillamente aberrante en términos cuantitativos y cualitativos.

“Vox no es fascista, sé de qué hablo porque yo lo he sido”. A Jorge Verstrynge se le podrá negar el pan y la sal, su chaqueterismo, la enorme incoherencia entre sus business inmobiliarios y su feroz defensa de la Plataforma Antidesahucios, pero desde luego no su maravillosa heterodoxia. José María García me comentaba ayer por la mañana un detalle que demuestra la tirria que dispensa la opinión publicada al partido de Santiago Abascal. Por cierto: el único que tuvo la dignidad, y el acierto en forma de golazo por la escuadra a PP y Cs, de personarse como acusación particular contra los golpistas del 1-O. “¿Te has dado cuenta que cuando los medios hablan de Vox siempre se le mete la apostilla “partido de ultraderecha” y cuando lo hacen de Podemos es simplemente “Podemos”? Sagaz y no menos oportuna afirmación de uno de los mejores periodistas de todos los tiempos.

Cosas del pensamiento único, del buenismo y de la corrección política que si algo han demostrado es que son un asco. Eso sí que es fascismo y ultraderecha o ultraizquierda: intentar apabullar e incluso eliminar legalmente las opiniones que no le gustan a uno. Salvo honrosas excepciones, como Libertad Digital u OKDIARIO, jamás he leído un artículo periodístico en el que se calificase a Podemos de partido de extrema izquierda o comunista. Como acertadamente señalaba Isabel Díaz Ayuso esta semana en La Sexta, “nos presentan a Podemos como la izquierda simpática, al PSOE como el centro, a Ciudadanos como el centroizquierda y a PP y Vox como la extrema derecha”. Es lo que sucede cuando entregas todo el panorama mediático a la izquierda o a la derecha vergonzante. O cuando buena parte de los corresponsales extranjeros en España son un remake de las comunistísimas Brigadas Internacionales que lucharon en la Guerra Civil con el indisimulado objetivo de convertir España en una sucursal de la Unión Soviética.

Situar como lo más de los más en democracia a Pablo Iglesias es tanto como presuponer que Nicolás Maduro es Mahatma Gandhi y el líder supremo de la teocracia iraní, Alí Jamenei, Jesucristo redivivo. Podemos no es guay, es un partido de extrema izquierda representante de la ideología que más muertos ha provocado en la historia de la humanidad: el comunismo (100 millones). Es anormal que nos vendan como algo normal a un partido de extrema izquierda que defiende, relativiza o banaliza a ETA, que pacta con quienes asesinaron a 850 compatriotas, que es colega de los golpistas, que jalea a un hijo de perra (Maduro) que tiene entre rejas a 400 líderes de la oposición y que recibe sin pestañear pasta de una satrapía (la iraní) que lapida a las supuestas adúlteras y ahorca a los homosexuales.

Anormal en grado sumo es tildar de machista a Santiago Abascal por defender la derogación de una ley basura mientras callas cobardemente los cavernícolas actos del macho alfa Pablo Iglesias. Sí, ése que entre las risas de sus correligionarias escribió una frase que en cualquier país nórdico o centroeuropeo hubiera supuesto la inmediata salida del protagonista de la política por la puerta de atrás: “Azotaría a Mariló Montero hasta que sangrase, soy marxista devenido en psicópata”. El mismo que ofreció su despacho a Andrea Levy para que “se entienda con el político con el que se calienta, Miguel Vila”. El que asciende en el grupo parlamentario a sus novias y manda detrás de la columna a sus ex.

Como anormal es ocultar o minimizar que el pájaro recibiera 272.000 dólares de la dictadura venezolana en un paraíso fiscal, que entre Venezuela e Irán les hayan regalado como mínimo 8 millones, ayudarles a sortear un delito fiscal (como hizo Montoro con Juan Carlos Monedero) o aplaudir sin chistar las críticas a la reforma laboral del argentino Echenique que pagaba en negro y no dio de alta en la Seguridad Social a su asistente.

Anormal y amoral es omitir las devoluciones en caliente de Pedro Sánchez mientras vilipendias a Vox por decir algo tan evidente que ruboriza a cualquier mente pelín despejada: los inmigrantes ilegales deben ser inmediatamente repatriados. Estos memos de la corrección política olvidan que las pensiones, el seguro de desempleo, la atención sanitaria y la educación pública no son chicles que se pueda estirar hasta el infinito. Manipulación no es sólo tergiversar la realidad sino silenciarla. Y prácticamente todos los medios han pasado esta semana de puntillas sobre las cifras de inmigración ofrecidas por el Ministerio del Interior que demuestran que las gracietas de Pedro Sánchez en la materia han provocado un brutal efecto llamada: la llegada de ilegales por mar ha pasado de 22.000 en 2107 a 57.000 en 2018.

Presentar a Santiago Abascal como un monstruo y a Pablo Iglesias como un ángel es anormal. Ídem de ídem es recibir los votos de los golpistas o brindar con un etarra como Otegi porque ni en política ni en ningún orden de la vida vale todo. Sencillamente de locos resulta presentar a un partido con todas las trazas de ser sencillamente de derechas, el típico liberalconservador, como si fueran neonazis o poco menos que la versión española de Marine Le Pen. Intelectualmente vomitivo, además de explícitamente delictuoso, es culpar a Vox de un asesinato, el de Laura Luelmo, que demuestra la necesidad de mantener la prisión permanente revisable para que alimañas como Bernardo Montoya se pudran en la cárcel. Cuando lo anormal es lo normal y lo normal lo anormal entramos en un estado de esquizofrenia que irremediablemente acabará como el rosario de la aurora. Que se lo digan a los alemanes o a los italianos.

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