¿Está la hierba de este Wimbledon más lenta?

Operarios repasan la hierba al final de la jornada – Wimbledon

Jugadores y entrenadores no se ponen de acuerdo en si este año la moqueta verde ralentiza el juego

En 2018, Rafael Nadal ya respondía a estas preguntas «¿Está más lenta la hierba este año?». Y el balear contestó este lunes de igual manera que el curso anterior: «Vengo aquí desde 2003 y yo no noto ninguna diferencia». Añadía que cada jugador tiene unas sensaciones diferentes y que las pelotas, que pesan más en Wimbledon, sí que pueden hacer el juego algo más lento. «Es normal, jugamos en hierba y las pelotas cogen humedad». Su entrenador, Francis Roig, también señala a las pelotas: «La pelota en hierba toda la vida ha volado más lenta que en tierra o cemento, y otra cosa es cuando bota en el césped, que es cuando tienes que interpretarlo.».

Depende de si el juego beneficia o perjudica, los comentarios cambian de bando porque nunca llueve a gusto de todos. Para Roberto Bautista, por ejemplo: «Sí, el sol que ha hecho todos los días sí que ha hecho la hierba más lenta. Pero para mí mejor. Se puede jugar mejor desde el fondo y yo estoy disfrutando». Su entrenador, Tomás Carbonell, iba en esa línea, aunque también apuntaba a otros motivos, pero sí subrayaba la lentitud de esta edición del Grand Slam londinense: «El calor, la falta de hierba, la forma de jugar de los jugadores, los cordajes, etc. hacen que este Wimbledon sea la edición con las pistas más lentas de la historia». Kevin Anderson, finalista el año pasado, veía una progresión: «Wimbledon ha tratado de hacer la hierba más lenta desde hace tiempo».

Lo secunda Roger Federer, que comentó la lentitud tras su partido contra Matteo Berrettini: «No es algo que esté mal, pero está lenta. Especialmente ayer por la noche, cuando hacía más frío. Sentí que no rodaba. Si sacas unas 140 veces deberías tener algo más de rapidez. Es una condición de la velocidad de la pelota y la velocidad de las pistas».

Hoy seguirá el debate. Porque nunca llueve a gusto de todos. Tampoco en Wimbledon, en Londres, donde la lluvia es parte de su ADN.